Más
reconocido por su labor política como valedor de los principios del fascismo
español a través de las JONS, Ramiro Ledesma Ramos fue también un valioso
intelectual y escritor adscrito a la Generación del 27.
Ya en 1924
publicó una novela, “El sello de la muerte”, con tan solo 19 años de edad. En
ella se aprecian muchas de las constantes del pensamiento y la acción que
presidieron su corta pero fecunda vida. Dedicada significativamente a Unamuno, se
abre con dos citas: una de Fernando de Rojas, que realza la nobleza de los
méritos propios frente a la nobleza heredada, y otro de F. Nietzsche, otra de
sus influencias: “ Amo a los grandes desdeñosos, porque son los grandes
adoradores, las flechas del anhelo hacia la otra orilla…” Esa identificación de
las flechas como signo del ímpetu humano tendrían cumplida repercusión en la
posterior elección del emblema falangista.
El argumento
narra las peripecias del joven Antonio Castro, con su iniciación en las
experiencias emocionales adultas. El fallecimiento de su padre, un
enamoramiento idealizado con una de sus tías, y el traslado a Madrid en busca
de la promoción social. Allí conocerá las tretas y resortes de la turbia
política del turno de partidos bajo la tutela del experimentado Miguel de
Velasco, incluidas sus mezquindades y corrupciones, que rechaza. A la decepción profesional se sumará sus
tormentosas relaciones con la actriz Lolita Lime, inestable adicta a la morfina, que abrirá el
camino al desenlace trágico de nuestro protagonista.
Castro-Ledesma
esta sediento de perfección, lo que le impulsa a la búsqueda de la plenitud.
Ese idealismo choca con la terca realidad mediocre y vulgar que le rodea y le
asfixia. En un momento dado, cuando
se le revela la esterilidad de los
artificios de su mentor Velasco, recurre
a una de las sentencias del alemán Nietzsche: “ Amo al que quiere crear algo
superior a él y sucumbe”. En sus últimos
instantes, Antonio Castro recuerda sus fallidas aspiraciones regeneracionistas
pero apreciándolas como lo único válido de su existencia: “ cultivar con los
brotes nobles de una vida sacrificada el ardor justiciero y las ansias de
perfección”, que cierra con “el sello de la Muerte, que se ciñe sobre esta gran
vida, sobre este brioso caudal de fuerzas y que parece lanzar un reto a todo lo
que nace, vive…y muere”.
Castro-Ledesma concluye así el ciclo de la vida que
brota en todas las manifestaciones artísticas de la verdadera cultura
indoeuropea, en reproche a las maniobras
de los ajenos Distorsionadores de la Cultura que controlaban, entonces y ahora
más si cabe, la sociedad de masas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario