martes, 5 de noviembre de 2013

COMENTARIO SOBRE "EL SELLO DE LA MUERTE", DE RAMIRO LEDESMA RAMOS



Más reconocido por su labor política como valedor de los principios del fascismo español a través de las JONS, Ramiro Ledesma Ramos fue también un valioso intelectual y escritor adscrito a la Generación del 27.


Ya en 1924 publicó una novela, “El sello de la muerte”, con tan solo 19 años de edad. En ella se aprecian muchas de las constantes del pensamiento y la acción que presidieron su corta pero fecunda vida. Dedicada significativamente a Unamuno, se abre con dos citas: una de Fernando de Rojas, que realza la nobleza de los méritos propios frente a la nobleza heredada, y otro de F. Nietzsche, otra de sus influencias: “ Amo a los grandes desdeñosos, porque son los grandes adoradores, las flechas del anhelo hacia la otra orilla…” Esa identificación de las flechas como signo del ímpetu humano tendrían cumplida repercusión en la posterior elección del emblema falangista.




El argumento narra las peripecias del joven Antonio Castro, con su iniciación en las experiencias emocionales adultas. El fallecimiento de su padre, un enamoramiento idealizado con una de sus tías, y el traslado a Madrid en busca de la promoción social. Allí conocerá las tretas y resortes de la turbia política del turno de partidos bajo la tutela del experimentado Miguel de Velasco, incluidas sus mezquindades y corrupciones, que rechaza.  A la decepción profesional se sumará sus tormentosas relaciones con la actriz Lolita Lime,  inestable adicta a la morfina, que abrirá el camino al desenlace trágico de nuestro protagonista.


Castro-Ledesma esta sediento de perfección, lo que le impulsa a la búsqueda de la plenitud. Ese idealismo choca con la terca realidad mediocre y vulgar que le rodea y le asfixia.  En un momento dado, cuando se  le revela la esterilidad de los artificios  de su mentor Velasco, recurre a una de las sentencias del alemán Nietzsche: “ Amo al que quiere crear algo superior a él y sucumbe”.  En sus últimos instantes, Antonio Castro recuerda sus fallidas aspiraciones regeneracionistas pero apreciándolas como lo único válido de su existencia: “ cultivar con los brotes nobles de una vida sacrificada el ardor justiciero y las ansias de perfección”, que cierra con “el sello de la Muerte, que se ciñe sobre esta gran vida, sobre este brioso caudal de fuerzas y que parece lanzar un reto a todo lo que nace, vive…y muere”. 



Castro-Ledesma concluye así el ciclo de la vida que brota en todas las manifestaciones artísticas de la verdadera cultura indoeuropea, en  reproche a las maniobras de los ajenos Distorsionadores de la Cultura que controlaban, entonces y ahora más si cabe, la sociedad de masas.

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