Junto a la
conocida religión oficial basada en la mitología de los dioses olímpicos
tradicionales y de los sistemas filosófico-naturalistas, existía una muy
difundida creencia en potencias sobrenaturales de rango menor que los dioses
pero temibles para los mortales, y de influencia más inmediata sobre estos.
Estas
entidades procedentes del más allá, en ocasiones ligadas a lugares como
fuentes, bosques o espacios singulares, eran denominadas demonios o genios. Podían influir sobre
asuntos humanos como las enfermedades, el futuro, las relaciones amorosas o la
venganza sobre los adversarios. Mediante recursos como las palabras, fórmulas,
encantamientos y rituales era posible invocar a esos poderes procedentes de
ámbitos ajenos a la realidad perceptible.
Para abrir
los canales que permitían la manifestación terrenal de esos seres
extraordinarios y obtener de ellos las
peticiones deseadas, se encargaban expertos en tales asuntos: hombres santos,
magos, hechiceros y brujos, o sus equivalentes femeninas.
Era opinión
extendida que esos demonios, genios o fantasmas
estaban estrechamente relacionados con el mundo de los vivos, hasta el
punto de que podían llegar a poseerlos o manifestarse alterando excepcionalmente el devenir natural de las
cosas. Por tanto, al igual que se hacía en el culto a los dioses, era
conveniente tratar a estas entidades caprichosas de manera respetuosa y atraer
su protección o azuzar su hostilidad, según conviniera, entregándose en definitiva a prácticas
mágicas.
Los
testimonios de diversas épocas del mundo griego y romano dejan abundantes
pruebas del interés que despertaba la magia en todos los estratos sociales.
Ya en la antiquísima
“Odisea” de Homero tenemos el episodio tétrico
del descenso de Ulises al Hades infernal para interrogar las sombras de los difuntos mediante
sacrificios de sangre. La Rapsodia XI de
la obra de Homero esta dedicada íntegramente a narrar esta evocación:
“ Circe nos
ha indicado que hemos de hacer un viaja a la morada de Hades y la venerada
Perséfone para consultar el alma del tebano Tiresias (…) después de haber
rogado con votos y súplicas al pueblo de los difuntos, tomé las reses, las
degollé encima del hoyo, corrió la negra sangre y al instante se congregaron,
saliendo del Érebo, las almas de los fallecidos (…) agitábanse con grandísimo
murmullo alrededor del hoyo, unas por un lado y otras por otro, y el pálido
terror se ensoñereó de mí (…)
Después de
cumplir su cometido de interrogar a Tiresias, Odiseo/Ulises dialoga con los
espíritus de parientes y amigos muertos, como su madre Anticlea. En una escena
a la vez patética y repúgnante a la vez,
tras beber la sangre del sacrificio Anticlea recobra temporalmente la
consciencia “ Me reconoció de súbito y díjome: ¡ Hijo mío ! ¿ Como has bajado
en vida a esta oscuridad tenebrosa? Difícil es que los vivos puedan contemplar
estos lugares, separados como están por grandes ríos, por impetuosas
corrientes”
ULISES EN EL HADES INTERROGANDO A LAS SOMBRAS DE LOS MUERTOS, SEGÚN LA VISIÓN DEL FRANCÉS BOUCHARDON EN EL SIGLO XVIII
Más adelante, charla con el espíritu del rey
Agamenón, asesinado en una conjura doméstica por su esposa, y con el héroe
Aquiles, que le interpela recordándole el peligro que corre “ ¿ Como te atreves
a bajar a la mansión del Hades, donde residen los muertos, que están privados
de sentidos y son imágenes de los hombres que ya fallecieron?” En otro momento Aquiles le refiere el
vacío de su existencia fantasmal privada de toda
alegría “No intentes consolarme de la
muerte, esclarecido Odiseo: preferiría ser labrador y servir a otro hombre
indigente que tuviera poco capital para mantenerse, a reinar sobre todos los
muertos”
La creencia
sobrenatural es perfectamente rastreable en muchos de los argumentos de las
poesías y textos conservados de populares
autores y sabios grecorromanos como Virgilio, Séneca, Lucano, Silio Itálico,
etc. En prosa uno de ellos, el vividor y consejero del emperador Nerón,
Petronio, narraba nada menos que un episodio de licantropía.
En la carta
de Plinio el Joven a Sura encontramos ecos del mismo tono. Narra tres sucesos,
uno de apariciones que profetizan el futuro ( el caso de Curcio Rufo ), otro vinculado a una casa encantada en Atenas
dominada por la presencia de un alma en pena que es la emanación de un cadáver
en pena enterrado en la vivienda, y el último referido a un augurio que le
concernió personalmente.
“Gayo Plinio saluda a su amigo Sura
1. La falta de ocupaciones me brinda a mí la
oportunidad de aprender y a ti la de enseñarme. De esta forma, me gustaría
muchísimo saber si crees que los fantasmas existen y tienen forma propia, así
como algún tipo de voluntad, o, al contrario, si son sombras vacías e irreales
que toman forma por efecto de nuestro propio miedo.
2. A que crea que existen los fantasmas me
mueve sobre todo esto que he oído que le ocurrió a Curcio Rufo. Todavía joven y
desconocido había formado parte del séquito del nuevo gobernador de la
provincia de África. Al declinar el día paseaba por el pórtico: le sale al paso
la figura humana de una mujer muy alta y hermosa. Ante su estupor ella le dijo
que era África, mensajera de las cosas futuras. Le dijo también que él iría a Roma,
que llevaría a cabo su carrera política y que volvería a esta misma provincia
con el poder supremo, donde finalmente moriría. 3. Todas estas cosas se
cumplieron. Pasado el tiempo, cuando llegaba a Cartago y salía de la nave se
cuenta que se le apareció la misma figura en la playa. Como él mismo había sido
presa de la enfermedad, tras augurar la adversidad que le esperaba en relación
con las cosas buenas ya cumplidas, abandonó su esperanza de curación a pesar de
que ninguno de los suyos la había perdido.
4. ¿Pero no es acaso más terrorífico y no
menos admirable lo que voy a exponer ahora, tal como me lo contaron? 5. Había
en Atenas una casa espaciosa y profunda, pero tristemente célebre e insalubre.
En el silencio de la noche se oía un ruido y, si prestabas atención, primero se
escuchaba el estrépito de unas cadenas a lo lejos, y luego ya muy cerca: a
continuación aparecía una imagen, un anciano consumido por la flacura y la
podredumbre, de larga barba y cabello erizado; llevaba grilletes en los pies y
cadenas en las manos que agitaba y sacudía. 6. A consecuencia de esto, los que
habitaban la casa pasaban en vela tristes y terribles noches a causa del temor;
la enfermedad sobrevenía al insomnio y, al aumentar el miedo, la muerte, pues,
aun en el espacio que separaba una noche de otra, si bien la imagen había
desaparecido, quedaba su memoria impresa en los ojos, de manera que el temor se
prolongaba aún más allá de sus propias causas. Así pues, la casa quedó desierta
y condenada a la soledad, abandonada completamente a merced de aquel monstruo;
aún así estaba puesta a la venta, por si alguien, no enterado de tamaña
calamidad, quisiera comprarla o tomarla en alquiler.
7. Llega a Atenas el filósofo Atenodoro, lee
el cartel y una vez enterado del precio, como su baratura era sospechosa, le
dan razón de todo lo que pregunta, y esto, lejos de disuadirle, le anima aún
más a alquilar la casa. Una vez comienza a anochecer, ordena que se le extienda
el lecho en la parte delantera, pide tablillas para escribir, un estilo y una
luz; a todos los suyos les aleja enviándoles a la parte interior, y él mismo
dispone su ánimo, ojos y mano al ejercicio de la escritura, para que su mente,
desocupada, no se imaginara ruidos supuestos ni miedos sin fundamento. 8. Al
principio, como en cualquier parte, tan sólo se percibe el silencio de la
noche, pero después la sacudida de un hierro y el movimiento de unas cadenas:
el filósofo no levanta los ojos, ni tampoco deja su estilo, sino que pone
resueltamente su voluntad por delante de sus oídos. Después se incrementa el
ruido, se va acercando y ya se percibe en la puerta, ya dentro de la
habitación. Vuelve la vista y reconoce al espectro que le habían descrito. 9.
Éste estaba allí de pie y hacía con el dedo una señal como llamándole. El filósofo,
por su parte, le indica con su mano que espere un poco, y de nuevo se pone a
trabajar con sus tablillas y estilo, pero el espectro hacía sonar las cadenas
para atraer su atención. Éste vuelve de nuevo la cabeza y le ve haciendo la
misma seña que antes, así que ya sin hacerle esperar más coge el candil y le
sigue. 10. Iba el espectro con paso lento, como si le pesaran mucho las
cadenas; después bajó al patio de la casa y, de repente, tras desvanecerse,
abandona a su acompañante. El filósofo recoge hojas y hierbas y las coloca en
el lugar donde ha sido abandonado, a manera de señal. 11. Al día siguiente
acude a los magistrados y les aconseja que ordenen cavar en aquel sitio. Se
encuentran huesos insertos en cadenas y enredados, que el cuerpo, putrefacto por
efecto del tiempo y de la tierra, había dejado desnudos y descarnados junto a
sus grilletes. Reunidos los huesos se entierran a costa del erario
público. Después de esto la casa quedó al fin liberada del fantasma, una vez
fueron enterrados sus restos convenientemente.
12. Doy crédito ciertamente a quienes me han
confirmado estos hechos; yo mismo puedo confirmar otro suceso a los demás.
Tengo un liberto no ajeno al cultivo de las letras. Con él descansaba su
hermano menor en el mismo lecho. A este le pareció ver a alguien sentado en la
cama, moviendo unas tijeras sobre su propia cabeza, y que incluso le cortaba
algunos cabellos de la coronilla. Cuando amaneció, él mismo tenía una tonsura
en su coronilla y se encontraron sus cabellos cortados en el suelo. 13. Poco
tiempo después, de nuevo un hecho similar al anterior confirmó lo que había
ocurrido. Uno de mis pequeños esclavos dormía entre otros muchos niños en la
escuela. Llegaron a través de las ventanas (así nos lo cuenta) dos figuras
vestidas con túnicas blancas, cortaron el pelo al muchacho acostado y se
retiraron por donde habían llegado. La luz del día muestra también a este niño
con la tonsura y los cabellos esparcidos en derredor. 14. Nada memorable pasó
después, a no ser acaso que no llegué a ser reo, si bien lo hubiera sido en
caso de que Domiciano, bajo cuyo poder estas cosas ocurrieron, hubiera vivido
más tiempo. En efecto, en su caja de documentos, se encontró un escrito
entregado por Caro que estaba referido a mí. De esto puede deducirse que, como
es costumbre para los presos dejar crecer el pelo, los cabellos cortados de mis
esclavos fueron señal de que el peligro que me acechaba había sido abortado.
15. Por tanto, te ruego que hagas uso de tu
erudición. Es asunto digno para que lo consideres largo y tendido, y yo no soy
ciertamente indigno de que me hagas partícipe de tu saber. 16. Aunque sopeses
los pros y los contras de las dos opiniones (como sueles), inclínate más por
uno de los dos lados, para no dejarme suspenso en la incertidumbre, dado que la
razón de consultarte fue la de dejar de dudar. Saludos.”
Hay
comentarios muy específicos sobre prácticas esotéricas en las obras de Apuleyo, un escritor romano de
África. Aparte de su celebérrima novela el “El asno de oro” que describe una metamorfosis monstruosa con
intervención de poderes divinos, en su “Apologético” pretendía rebatir la
acusación de que había ejercido la magia negra, pero dejaba claro, en cualquier
caso, que estaba familiarizado con estas actividades prohibidas.
Flegon,
liberto griego del emperador Adriano se hizo eco de una hórrida historia de
nupcias necrofílicas en “Filinnion y Machates”, que nos ha sido transmitida por
Proclo.
En la
biografía escrita por el griego Filóstrato
( 170-245 d. c. ) sobre un
“hombre santo” de Asia Menor, Apolonio de Tiana, le atribuía toda clase de prodigios tales
como las capacidades adivinatorias e incluso la resurrección de una muchacha
muerta, así como manejo sobre todo tipo de espectros, demonios y poseídos.
Reunía en su persona todas las características que señalaban a un “hombre
santo”. Ascetismo, conciliábulos con los dioses y otros sabios mortales,
capacidad oratoria para transmitir sus experiencias que atraía un círculo de
discípulos que propagaban su fama y doctrinas.
No es un
caso único. En la biografía del filósofo Plotino escrita por su discípulo
Porfirio ( 232-305 ) se relata como Plotino escapó a una maldición astral
lanzada contra él por un hechicero rival, y como hábilmente la volvió contra
este.