sábado, 15 de agosto de 2009

EL IMPERIO HITITA: AMANECER DE UNA CIVILIZACION INDOEUROPEA

Hacia el siglo XX a. c. diversas poblaciones de estirpe indoeuropea se desplazaron, seguramente a través del Caúcaso, en dirección al sur, aproximándose a los núcleos urbanos de la refinada Mesopotamia de tradición acadia y sumeria, a las ciudades-estado cananeas de Siria y más lejos, al Egipto faraónico del Imperio Medio.


Algunos de estos flujos formaron hordas abigarradas con elementos étnicos de otros orígenes, como los hurritas, los kassiteos ( cuseos mencionados en la Biblia ), etc, irrumpiendo en el corazón de los ya milenarios imperios sedentarios cerealeros, imponiendo su autoridad, como hicieron los hiksos en Egipto.

Una de las tribus, en cambio, se dirigió hacia el suroeste y se terminó estableciendo en la meseta de Anatolia ( el centro de la moderna Turquía ). El territorio en el que se asentaron tenía diversos grados de desarrollo: pequeñas ciudades-estado dispersas de tipo neolítico y en otras áreas, simplemente grupos reducidos de nómadas con un nivel de cultura muy inferior al de los recién llegados. Los guerreros indoeuropeos tomaron posesión de esas planicies semidesiertas a las que bautizaron como Hatti, Nessa, Salatiwara, Zalpa y Purusanda, que constituyeron el después denominado “Alto País”. Aproximadamente corresponde con la posterior región grecorromana de Capadocia, inmediatamente al este de la actual Ankara. Precisamente de la principal de estas comarcas saldría el gentilicio de este pueblo: hititas o hattitas.



Olvidados desde su colapso final en el siglo XII a.c., salvo por crípticas referencias en la Biblia, su memoria y parte de sus archivos mantenidos en tablillas de barro cocidas fueron redescubiertos por los arqueólogos a partir de 1900, cuando además se logró descifrar su escritura. Mediante la lectura de esos documentos se pudo constatar que los hititas compartían las singulares cualidades propias de las colectividades indoeuropeas: su elevada capacidad para establecer sobre bases sólidas un régimen institucional y dinámico, apoyado en el establecimiento de costumbres y leyes apropiadas que compatibilizaban la iniciativa individual con el sentimiento trascendente de pertenecer a un grupo definido por su rasgos de lengua y raza.

Su sistema de gobierno estaba basado en el liderazgo natural de los guerreros y dirigentes más capaces, que fue evolucionando con la creciente sedentarización y la influencia de sus vecinos orientales hacía fórmulas monárquicas, aunque la nobleza de los diferentes clanes tenía que otorgar su aquiescencia por medio de una asamblea, el “Pankus”, ante la cual los reyes juraban respetar los derechos consuetudinarios de los habitantes del País de Hatti. A lo largo de los siglos se observó la tendencia ( idéntica en muchos lugares y épocas ) a crear dinastías basadas en la sucesión hereditaria dentro de la terna de la familia real, para evitar las luchas de facciones y los posibles disturbios en las vulnerables fronteras. Una claúsula real de 1500 a.c. decía:

“ Cualquiera que me suceda a mí en el reino deberá mantener a sus hermanos muy unidos, lo mismo que a sus hijos, cuñados y demás componentes de la familia. También a los soldados. Cualquiera que me suceda a mí en el reino y se atreva a injuriar a sus hermanos y hermanas, todos vosotros, la asamblea de Notables ( “Pankus” ) acusadle abiertamente (…) todo aquel rey que dañe a sus hermanos y hermanas, lo pagará con la cabeza (…) cuando un príncipe es considerado culpable, también debe pagarlo con la cabeza: pero no ayudéis a castigarles en su hogar o delante de sus hijos”.

En ella es fácil observar los rasgos de firmeza, pero también de equidad vigentes entre los indoeuropeos primigenios, así como las limitaciones efectivas del poder real.

En los documentos se hace referencia a los gobernantes como “Gran Rey” o las fórmulas “Labarna” o “Tlabarna”, en referencia a uno de los más destacados monarcas del Imperio Antiguo hitita, a la misma usanza que se daría entre los romanos y los europeos posteriores al uso de títulos como “César, Czar o Kaiser” o “Augusto”. En el Imperio Nuevo se añadió el rasgo de héroe, “Karradu”, probablemente por influjo mesopotámico, aunque nunca se llegó a la divinización en vida del soberano, pero si a dispensarle esos honores después de muerto; de hecho, para hacer referencia a su deceso, se empleaba la expresión “nuestro soberano se ha convertido en dios”.

Ejercía de jefe religioso y militar supremo, así como las más altas funciones judiciales, habitualmente delegadas en funcionarios de confianza. La administración territorial estaba a su vez delegada en “reyes menores”, originalmente jefes de clanes convertidos durante la sedentarización en una nobleza, aunque muchos de ellos fueron sustituidos con el paso del tiempo por miembros secundarios de la familia real o ya durante el Imperio Nuevo, tras el decreto de Mursil II, por gobernadores escogidos por el poder central, más leales y eficaces para el conjunto del país. Entre sus tareas destacaban el mantenimiento del culto apropiado a los dioses en santuarios y templos, el mantenimiento de registros para el pago de impuestos o para tratar litigios, nombrar a los sacerdotes y cuidar de las festividades religiosas y civiles. Normalmente el gobernador contaba con un comisario en su equipo ( “Rabis alim” ) y el asesoramiento del consejo de Ancianos local, lo que le permitía conectar mejor con las preocupaciones de la población puesta a su cargo. Asimismo apoyaba la labranza de los agricultores y la protección de sus propiedades, evitando las intrusiones del ganado y en general ejerciendo funciones de policía.

Lectura recomendada: "Los hititas" de Carter Scott 2003

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