Inmortalizada
por el cuadro de Velázquez “La rendición de Breda” ( más conocido como “Las
lanzas” ) este episodio de armas exhibe uno de los más esforzados y loables
éxitos de los Tercios de Flandes, el contingente español que defendía en el territorio crucial
de los Países Bajos la voluntad de los Habsburgo de Madrid.
Esta
obra de Mario Díaz Gavier nos traslada acertadamente al escenario europeo de
principios del siglo XVII: las tensiones entre dos de las grandes potencias de
la época, España y Holanda, resueltas temporalmente en la llamada tregua de los
doce años ( 1609-21 ) volvieron a
rebrotar con la llegada de una nueva generación de dirigentes: Mauricio de
Nassau por el lado neerlandés y Felipe IV y el conde-duque de Olivares por el
hispánico. Insertada en una partida política mucho más amplia que alcanzaba
Asia, América y el control de las rutas oceánicas, si bien su marco principal
era el suelo europeo, la poderosa fortaleza de Breda constituía un punto
esencial entre los católicos Países Bajos españoles, con capital en Bruselas, y
las calvinistas Provincias Unidas de Holanda y Zelanda, “la gran ciénaga de
Europa” como las definía un viajero inglés del periodo por su peculiar
geografía. Precisamente la descripción de
su intricado sistema de canales, fosos, taludes de tierra, diques y
campos planos primorosamente cultivados sirven al autor de la obra para
trasladarnos a las condiciones que tuvieron que afrontar los contendientes. De
hecho, uno de los capítulos del volumen está dedicado a las “fortificaciones de
la época”, donde se desgranan minuciosamente las técnicas de la guerra de
posiciones y asedio: los revellines, glacis, bermas, trincheras, hornableques,y
demás elementos de la ingeniería de las fortificaciones se deslizan ante la
vista del lector acompañadas de
múltiples gráficos y planos de los recintos elaborados con las características
formas de estrella en los diseños del periodo, consagrados décadas más tarde
por Vauban.
Asistimos
a los padecimientos, trabajos y escaramuzas
de los ejércitos enfrentados por la posesión de la plaza de Breda, las
dudas del general sitiador, Ambrosio de Spínola, las maniobras fallidas de
auxilio intentadas por Mauricio de Nassau, el duro invierno de 1624-25,
especialmente riguroso con los sitiadores guarecidos en refugios improvisados,
las excavaciones de zapa, y el desvío
calculado de los cursos de agua, los diversos golpes de mano y la desesperanza
final de los sitiados al agotarse las provisiones.
La
conclusión del enconado duelo se obtuvo con un pacto benigno. En la mañana del
5 de junio la guarnición holandesa de 3.240 hombres fue autorizada a evacuar
Breda. Entre la ciudad y la vasta obra de la línea de contravalación erigida
por los Tercios, tuvo lugar la entrevista entre Spinola y Justino de Nassau.
Los holandeses inclinaron sus banderas en homenaje ante los vencedores
españoles, aunque pudieron conservarlas. Las fuerzas españolas entraron pacíficamente en la
localidad respetando a sus habitantes y restablecieron el culto católico. La
noticia corrió como la pólvora entre las cortes europeas.
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